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NOTA PASTORAL DE ADVIENTO 2022

¿No ardía nuestro corazón?

El pasado verano celebré el décimo aniversario de mi investidura como arzobispo de Denver. Al reflexionar sobre ello, un tema que destaca es la centralidad de la sagrada Eucaristía en mi ministerio. La sagrada Eucaristía, que he tenido el privilegio de celebrar en la catedral y en múltiples parroquias de la arquidiócesis, forma parte de muchas de las principales decisiones que he tomado como arzobispo. El mandato de Jesús “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes” (Jn 15, 4) ha sido un tema prominente en mi propia vida espiritual, y no puedo entender las palabras de Jesús aparte de la Eucaristía. Por ello, me complace anunciar el lanzamiento del Avivamiento Eucarístico Nacional aquí en la arquidiócesis de Denver a partir del 20 de noviembre con la solemnidad de Cristo Rey.

En el 2015 tomé la decisión de restaurar el orden de los sacramentos de iniciación. En ese momento, mucha gente se enfocó en cómo esto afectaría al sacramento de la confirmación. Aunque la confirmación sigue siendo esencial para nuestro crecimiento en la vida cristiana, la decisión afectó más a la forma en que abordamos, entendemos y recibimos la Eucaristía. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor” (CIC 1322). Mi esperanza pastoral no era declarar a los alumnos de tercer grado “adultos espirituales”, sino dar a nuestros jóvenes toda la gracia necesaria para participar plenamente en la Misa y recibir de la manera más fructífera a Jesucristo en la Eucaristía.

En el 2020 vivimos juntos posiblemente el año más desconcertante y desafiante de nuestras vidas. Como arzobispo, me enfrenté a decisiones muy difíciles sobre cómo gestionar el acceso a la sagrada Eucaristía entre las interminables incertidumbres de la pandemia y las restricciones a las reuniones públicas. Fue un tiempo de gran sufrimiento, confusión, tristeza y tensión, pero también fue un tiempo rico en bendiciones del Señor. Aunque sigo lamentando la ausencia de quienes han decidido no volver a la Misa, me alegro por el increíble número de fieles que han encontrado formas creativas de santificar el día del Señor y que no han hecho más que aumentar el aprecio y la expectación por recibir la Eucaristía.

Ahora nos encontramos en el umbral de una iniciativa nacional de tres años para fortalecer la fe y la devoción en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y el don de su sacrificio en la santa Misa. Mi anhelo más profundo es ver una renovación del amor a la Eucaristía en el corazón de cada católico. Tengo muchas esperanzas para los fieles de la arquidiócesis de Denver durante estos tres años y comparto el deseo del Señor expresado a través de nuestro proceso sinodal diocesano de “llevar a nuestro Señor Eucarístico a los demás y llevar a los demás a nuestro Señor Eucarístico”.1

Nuestro contexto

Al emprender este camino hacia un mayor amor y devoción a la Eucaristía, es útil reflexionar sobre los tiempos en que vivimos y las heridas del mundo que nos rodea. Un estudio del 2019 de Pew Research Center informó que solo el 31 % de los católicos cree en la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Para ser claros, la Iglesia enseña que cuando el sacerdote reza la oración de consagración sobre el pan y el vino en la Misa, estos se convierten realmente en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo. La segunda persona de la Santísima Trinidad está presente con nosotros, tal como lo prometió: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56).

Sería fácil para nosotros llegar a la conclusión de que se trata simplemente de una cuestión de comprensión de la enseñanza de la Iglesia sobre la Eucaristía y, a su vez, que nuestra solución es simplemente enseñar la verdad. Sin embargo, el estudio de Pew también descubrió que el 22 % de los católicos (uno de cada cinco) conoce la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia real, pero sigue rechazándola. Debemos reconocer que no se trata solo de una cuestión de comprensión, sino también de una cuestión de fe y, sobre todo, de amor.

Phil Davignon publicó recientemente un artículo argumentando exactamente este punto, titulado “Misunderstanding the Rise of the Nones” [El malentendido acerca del ascenso de las personas no afiliadas a ninguna religión]. Al resumir el trabajo del Dr. James K. A. Smith, Davignon escribe que “el comportamiento de las personas no se rige principalmente por lo que saben y creen, sino por lo que aman e imaginan como bueno”. Esto nos da una gran visión de la dinámica de la conversión y la fe, ya que entendemos que la comprensión intelectual, aunque necesaria, no garantiza por sí sola una fe auténtica o un amor ardiente por el Señor.

El artículo identifica dos factores que ayudan a las personas a llegar a una fe viva en la presencia y el poder eucarístico de Jesús. Estos dos factores son las cosas que amamos y lo que imaginamos como bueno.3 El relato evangélico de los discípulos de Emaús refleja ambos factores. El encuentro refleja también lo que ocurre antes y dentro de la Misa.

El camino de Emaús

La historia comienza con dos discípulos que intentan dar sentido a lo que presenciaron y creyeron que era cierto. Están luchando con un asunto del corazón no resuelto.

Aquel mismo día, dos de ellos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, que está a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino conversaban sobre todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó: “¿De qué van conversando por el camino?” (Lc 24, 13-17).

Comparten con Jesús todo lo ocurrido en Jerusalén sobre la crucifixión, la muerte, la sepultura y, lo más sorprendente, la resurrección de Cristo. Jesús responde a su confusión interior caminando y entrando en diálogo con ellos. A medida que los discípulos comparten lo que sucede en sus corazones, queda claro que no pueden interpretar correctamente lo que ha sucedido. Jesús, utilizando las Escrituras judías, la ley y los profetas, explica: “¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él” (Lc 24, 26-27).

Jesús corrige el curso de la imaginación y la visión del mundo de los discípulos, con lo que les ayuda a ver la verdadera historia. Opta por escucharlos primero y permitirles articular dónde se han desviado. A continuación, les comparte su propia visión del mundo y los introduce a ella a través de las Escrituras.

Es por esta razón que he estado enfatizando la importancia de volver a adquirir una visión bíblica del mundo y adoptar una mentalidad apostólica. Para poder reconocer a Jesús en la Eucaristía, debemos compartir primero su cosmovisión y su visión de la realidad, especialmente como se revela en Juan 6. Si nuestra forma de pensar es radicalmente distinta o incluso opuesta a la de Jesús, nos será difícil abrirnos a la gracia de la Eucaristía. Nosotros, como los discípulos, tenemos la oportunidad en cada Misa de escuchar la historia de Jesús en las lecturas (la liturgia de la palabra) y permitir que nuestra imaginación y visión del mundo se ajusten a la suya.

Después de que Jesús explica las Escrituras a los discípulos, estos quedan satisfechos intelectualmente por su enseñanza, pero siguen descontentos. Le ruegan que se quede con ellos. Luego leemos:

Y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?” (Lucas 24, 30-32).

En este pasaje notamos tres cosas que están estrechamente relacionadas y que nos muestran el amor de los discípulos por Jesús: el deseo de que se quede con ellos, el ardor en sus corazones y el reconocimiento de Jesús en las Escrituras y en la fracción del pan. Lo primero que aparece en el relato es el deseo de que Jesús se quede con ellos. Cuando amamos genuinamente a alguien, no queremos dejarle ni que nos deje.

El segundo elemento que se revela es que los discípulos reconocen a Jesús en las Escrituras y en la fracción del pan. Este reconocimiento obedece a un auténtico deseo de estar con Jesús y cerca de él. Al reconocerlo, señalan el catalizador oculto y la tercera pieza clave del encuentro. El amor de los discípulos proviene de una experiencia interior de la presencia de Cristo que arde en sus corazones. El deseo de que se quede se expresa incluso antes de que reconozcan quién es. No se puede atribuir a un respeto piadoso por una autoridad religiosa. Es el resultado de un encuentro desde el interior. El ardor del corazón de los discípulos lleva tanto a su deseo de que se quede con ellos como a su reconocimiento al partir el pan.

No es casualidad que las palabras que Jesús pronuncia en este encuentro con los discípulos de Emaús sean tan parecidas a las que pronunció en la última cena. “Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía’” (Lucas 22, 19). San Lucas pretende relacionar la institución de la Eucaristía en la última cena con el encuentro de los discípulos en el camino de Emaús. Debemos permitir que su experiencia informe nuestra propia aproximación al sacramento.

Teniendo en cuenta esto, la pregunta que me preocupa, como pastor y hermano suyo, es “¿Arde realmente nuestro corazón por amor a Cristo?”. Sería fácil conformarse con los muchos fieles que todavía siguen el mandato del Señor y le rinden culto en la Misa. Sin embargo, Jesús anhela que todos nosotros ardamos de amor por él. Si queremos difundir la auténtica devoción eucarística en el mundo, nuestro objetivo debe ser fomentar un amor ardiente por la persona de Jesucristo tanto como una comprensión correcta de la doctrina de la presencia real o incluso más que ella. Ambos son completamente necesarios, ¡pero el amor es lo principal!

Cuando amamos a Jesús, nuestra experiencia de la Misa es más fructífera. Bajo el prisma del amor, los católicos unen con alegría sus sacrificios al sacrificio de Cristo y anhelan ser transformados por el misterio hecho presente. Los ojos de sus corazones se abren a los coros de los ángeles y los santos que adoran junto a nosotros en cada Misa. Para el que ama, ningún coste es demasiado grande, ninguna petición demasiado pequeña. Dejemos que nuestros corazones ardan con el amor de Cristo, que es lo único que realmente satisface.

Así que los discípulos se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Y los dos discípulos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (Lucas 24, 33-35).

Es preciso recordar que después de que Jesús se reveló a los discípulos al partir el pan, ellos salieron inmediatamente a dar testimonio de su experiencia de Cristo resucitado. Salen en misión. También nosotros, después de recibir la Eucaristía en cada Misa, debemos salir al mundo, al encuentro de aquellos en las periferias, a realizar las obras de caridad por los pobres y a anunciar el evangelio con nuestro testimonio. Cada recepción eucarística debería impulsarnos de manera más profunda a la misión de evangelizar.

El sagrario abandonado

Para terminar, me han conmovido recientemente los escritos de san Manuel González García (m. 1940), también conocido como el Obispo del Sagrario Abandonado. Sus reflexiones sobre el concepto del sagrario abandonado son pertinentes para nuestros tiempos. Él escribe sobre dos formas de abandono del sagrario. La primera es exterior. San Manuel lo describe así:

La ausencia habitual y voluntaria de los católicos que conocen a Jesús, pero no lo visitan. […] Hablo de los católicos que creen y saben que nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre está realmente presente y vivo en el Santísimo Sacramento. Pero no lo reciben en la sagrada comunión, ni lo visitan, ni tienen una relación amistosa con él, aunque vivan cerca de una Iglesia, y por lo demás tengan tiempo y energía para actividades recreativas. 4

La segunda forma en la que describe este abandono es interior. Él escribe:

Es ir hacia él, pero no estar realmente con él. Es recibirlo con el cuerpo, pero no con el corazón. Es ir a él diciendo palabras, inclinando la cabeza, arrodillándose, pero sin realizar estos actos de piedad con el corazón. Es cuando no meditamos sobre lo que estamos recibiendo. Es cuando no nos preparamos para recibirlo con un corazón limpio y con gran hambre espiritual. Es cuando no saboreamos y damos gracias por el Alimento que hemos recibido. Es cuando no hablamos ni escuchamos al Huésped que nos visita. Es cuando no estamos abiertos a recibir y conservar las gracias que nos trae, las advertencias que nos hace, el ejemplo que nos enseña, los deseos que nos revela, el amor que comparte con nosotros. Cuántas veces tendrá que repetir el Maestro a algunos comulgantes y visitantes del Santísimo Sacramento: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15, 8). 5

Invito a los fieles de la arquidiócesis de Denver a reflexionar sobre las palabras de san Manuel González García y a utilizar sus descripciones del abandono del sagrario como un examen de conciencia en torno a nuestra propia relación con Jesús en la Eucaristía.

Además, durante el tiempo de Adviento, a partir de la fiesta de Cristo Rey, se predicará sobre la Eucaristía, centrándose en el amor, la caridad. La Eucaristía es el sacramento de la caridad. Para alimentar tu amor por la Eucaristía, te animo a que durante este tiempo de Adviento leas en oración, ya sea en casa o en la adoración eucarística, la historia de Emaús, Lucas 24, 19-34 y Juan 6, 22-71. Mientras nos preparamos para celebrar la Palabra hecha carne en Navidad, también el Señor se hace carne en cada Eucaristía en todo el mundo.

Habrá muchas oportunidades en los próximos tres años para que crezcamos juntos en nuestra comprensión y amor por Jesús en la Eucaristía. Rezo para que nos sintamos inspirados a acercarnos a Jesús en la Eucaristía, para que aumente nuestro aprecio por la santa Misa y nuestra participación en ella, y para que muchos más que aún no conocen a Jesús vivo lleguen a conocerlo gracias a la gracia que derrama sobre nosotros a través de la Eucaristía. ¡Que nuestro corazón arda dentro de nosotros en cada Eucaristía! Tengan por seguro mis oraciones por ustedes y para que el Padre sea glorificado en ustedes por su amor a él.

+ Mons. Samuel J. Aquila
Arzobispo de Denver


1 Arquidiócesis de Denver, Informe ejecutivo del Proceso Sinodal, 2022.
2 Gregory A. Smith, “Just one-third of U.S. Catholics agree with their church that Eucharist is body, blood of Christ,” Pew Research Center, 5 de agosto de 2019, https://www.pewresearch.org/fact-tank/2019/08/05/transubstantiation-eucharist-u-s-catholics/.
3 Phil Davignon, “Misunderstanding the Rise of the Nones,” [“El malentendido acerca del ascenso de los ‘ninguna’”] Church Life Journal, McGrath Institute for Church Life, University of Notre Dame, 16 de septiembre de 2022, https://churchlifejournal.nd.edu/articles/misunderstanding-the-rise-of-the-nones/
4 San Manuel González García, El Obispo del Sagrario Abandonado, trad. de Victoria Schneider, (Editorial Scepter: Nueva York, 2018) 33-34.
5 García, 34.