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Novena al Espíritu Santo

Oración

Adaptado de las novenas que se encuentran en Adoremus.org y Angeluspress.org.

Termina cada día con la siguiente oración por los siete dones:
Oh, Señor Jesucristo, que antes de ascender al cielo prometiste enviar al Espíritu Santo para que terminara tu obra en las almas de tus apóstoles y discípulos, concédeme el mismo Espíritu Santo para que perfeccione en mi alma la obra de tu gracia y de tu amor. Concédeme el espíritu de sabiduría, para que desprecie las cosas perecederas de este mundo y aspire sólo a las cosas eternas; el espíritu de inteligencia, para iluminar mi mente con la luz de tu verdad divina; el espíritu de consejo, para que pueda elegir siempre el camino más seguro para agradar a Dios y ganar el cielo; el espíritu de fortaleza, para que pueda soportar mi cruz contigo y para que pueda superar todos los obstáculos que se oponen a mi salvación; el espíritu de ciencia, para que pueda conocer a Dios y conocerme a mí mismo en él; el espíritu de piedad, para que el servicio de Dios me resulte dulce y placentero; el espíritu de temor del Señor, para que me llene de una amorosa reverencia hacia Dios y tema ofenderlo de cualquier manera. Anímame en todo con tu espíritu. Amén

Día 1: Oración por los siete dones del Espíritu Santo

Ven, Dios Espíritu Santo,
y envíanos desde el cielo,
tu luz, para iluminarnos.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu. Que renueve la faz de la Tierra. Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Día 2: Oración por el don de santo temor

Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.

Ven, oh Espíritu bendito del Santo Temor, a penetrar en lo más íntimo de mi corazón, para que pueda ponerte a ti, mi Señor y Dios, ante mi rostro para siempre; ayúdame a evitar todo lo que pueda ofenderte, y hazme digno de presentarme ante los ojos puros de tu Divina Majestad en el cielo, donde vives y reinas en la unidad de la Santísima Trinidad, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Día 3: Oración por el don de piedad

Fuente de todo consuelo,
amable huésped del alma,
paz en las horas de duelo.

Ven, oh bendito Espíritu de Piedad, a poseer mi corazón. Implanta en mi alma el amor filial hacia Dios, mi Padre celestial, y el amor fraternal hacia todos, para que me deleite en el servicio a Dios y al prójimo. Amén.

Día 4: Oración por el don de fortaleza

Eres pausa en al trabajo;
brisa, en un clima de fuego;
consuelo, en medio del llanto.

Ven, bendito Espíritu de Fortaleza, sostén mi alma en el tiempo de la dificultad y de la adversidad, apoya mis esfuerzos en pos de la santidad, fortalece mi debilidad, dame valor contra todos los asaltos de mis enemigos, para que nunca sea vencido ni separado de ti, mi Dios y mi mayor bien. Amén.

Día 5: Oración por el don de ciencia

Ven, luz santificadora,
y entra hasta el fondo del alma
de todos los que te adoran.

Ven, oh bendito Espíritu de Ciencia, y haz que pueda percibir la voluntad del Padre; muéstrame la nada de las cosas terrenales, para que me dé cuenta de su vanidad y las utilice sólo para tu gloria y mi propia salvación, mirando siempre más allá de ellas hacia ti y tus recompensas eternas. Amén.

Día 6: Oración por el don de inteligencia

Sin tu inspiración
divina los hombres nada
podemos y el pecado nos domina.

Ven, oh Espíritu de Inteligencia, e ilumina nuestras mentes para que podamos conocer y creer todos los misterios de la salvación; y que merezca por fin ver la luz eterna en tu luz; y en la luz de la gloria para tener una visión clara de ti, del Padre y del Hijo. Amén.

Día 7: Oración por el don de consejo

Lava nuestras inmundicias,
fecunda nuestros desiertos
y cura nuestras heridas.

Ven, oh Espíritu de Consejo, ayúdame y guíame en todos mis caminos, para que pueda hacer siempre tu santa voluntad. Inclina mi corazón hacia lo que es bueno; apártalo de todo lo que es malo y dirígeme por el camino recto de tus mandamientos a esa meta de vida eterna que anhelo. Amén.

Día 8: Oración por el don de sabiduría

Doblega nuestra soberbia,
calienta nuestra frialdad,
endereza nuestras sendas.

Ven, oh Espíritu de Sabiduría, y revela a mi alma los misterios de las cosas celestiales, su enorme grandeza, poder y belleza. Enséñame a amarlos por encima de las alegrías y satisfacciones pasajeras de la tierra. Ayúdame a alcanzarlos y a poseerlos para siempre. Amén.

Día 9: Oración por los frutos del Espíritu Santo

Concede a aquellos que ponen
en ti su fe y su confianza
tus siete sagrados dones.

Danos virtudes y méritos,
danos una buena muerte
y contigo el gozo eterno.

Ven, oh Espíritu Divino, llena mi corazón con tus dones celestiales: la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la generosidad, la fidelidad, la mansedumbre y el autocontrol, para que nunca me canse en el servicio de Dios, sino que, por la continua y fiel sumisión a tu inspiración, merezca estar unido eternamente a ti en el amor del Padre y del Hijo. Amén.

¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo, el amor que es la unidad del Padre y del Hijo. San Juan nos dice que “Dios es amor” (1 Jn 4,16), pero el Espíritu Santo es amor de una manera única como tercera persona de la Trinidad. Cuando amamos, la imagen de nuestra persona amada queda impresa en nuestro corazón. Siempre llevamos esta imagen con nosotros, y mueve nuestra voluntad de amar al otro. De forma similar, el Espíritu Santo es esta huella de amor del Padre y del Hijo. Cuando el Espíritu Santo habita en nosotros, imprime a Dios en nuestros corazones como nuestro amado, atrayéndonos a amar a Dios con el propio amor de Dios, la caridad.

Cuando preguntamos por qué vino Jesús o por qué el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo, podemos dar muchas respuestas. Durante el Adviento, escuchamos que Cristo vino a rescatarnos del poder del pecado, de la muerte y del maligno, y a devolvernos la vida. Podemos decir que el Espíritu Santo, el Espíritu de Vida, es enviado para continuar esta misión. Pero Dios no quiere simplemente rescatarnos; desea más para nosotros. Juntas, las misiones del Hijo y del Espíritu pueden resumirse de la siguiente manera: han venido para que podamos ser amigos de Dios, hijos del Padre.

Dios es infinitamente más grande que nosotros. Hablando a través del profeta Isaías, Dios nos dice: “Como el cielo está por encima de la tierra, mis caminos están por encima de los suyos y mis planes de sus planes” (Is 55,9). En su gran amor por nosotros, Dios desea una amistad íntima con nosotros. El Hijo y el Espíritu vinieron a darnos la posibilidad de participar en la vida divina para que podamos ser amigos de él (2 Pe 1,4). Jesús “se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2,7). Dios Hijo, para acercarnos a Dios, asumió nuestra propia humanidad. Asimismo, el Espíritu Santo desciende y habita en nosotros para elevarnos a Dios, infundiéndonos el propio amor de Dios, la caridad.

Si observan el mundo que nos rodea hoy, la necesidad de que el amor de Dios habite en nosotros se grita prácticamente desde todos los rincones del mundo. Sólo el don de la caridad de Dios puede superar nuestra tendencia caída a perseguir lo que parece bueno, pero que en realidad nos perjudica y nos separa de Dios.

Que Dios desee ser amigo nuestro y nos devuelva a su familia como hijos e hijas ¡debería asombrarnos y darnos una inmensa alegría! La misión del Espíritu Santo es guiar a los creyentes hacia esta amistad íntima con el Padre, del mismo modo que Jesús siempre señaló al Padre en su tiempo en la tierra. Jesús nos llama amigos en el Evangelio (Jn 15,15). Al igual que los amigos humanos comparten los mismos pensamientos y están unidos por los mismos intereses, el Espíritu Santo nos hace amigos de Dios al llevarnos a la verdad y a la unidad. La verdad, al permitirnos conocer los pensamientos mismos de Dios, y la unidad, al unirnos a él con un vínculo de amor.

La misión de la verdad

El Espíritu nos conduce a la verdad. Vivimos en una cultura que dice que no hay verdad, pero que luego se ve fracturada por las consecuencias de esa mentira. Cuando todo es relativo y elegimos lo que es verdadero para nosotros, se produce el caos. El sufrimiento, el odio y la división en nuestro mundo y en nuestro país son el resultado directo de pensar que nosotros determinamos lo que es verdadero, lo que está bien y lo que está mal. Si la verdad no existe, será imposible que todos se pongan de acuerdo en una cosa, porque cada uno elegirá sus propios deseos, su propia voluntad, lo que conducirá al conflicto. Dejaremos de rezar y decir con sinceridad las palabras del padrenuestro: “Hágase tu voluntad”.

Sin embargo, la verdad existe, y no podemos decidir qué es verdad y qué no. Dios ha hecho todas las cosas que existen; la verdad existe fuera de nosotros, y sólo encontraremos nuestra realización personal y la paz social cuando decidamos buscar la verdad. Jesús promete que no estamos solos en este empeño. Dice a sus discípulos que les enviará el Espíritu y que éste les guiará a toda la verdad (Jn 16,13).

La verdad enseñada por el Espíritu Santo incluye toda la realidad que Dios ha hecho, pero es más que eso. Jesús nos dice que él mismo es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,16). El Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, nos guía hacia Jesús recordándonos todo lo que Jesús nos dijo (Jn 14,26).

Una de las grandes verdades que a menudo olvidamos es que Dios nos ama como un Padre (Jn 15,9). Podemos experimentar este amor profundamente, pero también olvidarlo poco después porque nos distraemos y nos estresamos por el trabajo o las dificultades familiares. El Espíritu desea recordarnos constantemente esta verdad, una verdad tan radical que cambia nuestra forma de ver el mundo y a nosotros mismos, pues vemos toda la creación y todo ser humano a través de los ojos y el corazón del Padre.

Si realmente deseamos ser discípulos, debemos pedir constantemente al Espíritu Santo que nos guíe a toda la verdad y nos ayude a recordar lo que Jesús enseñó a sus apóstoles. Debido a la nube de confusión creada por el relativismo del mundo, necesitamos más que nunca la guía del Espíritu Santo. Cuanto más busquemos y vivamos según la verdad de Jesucristo, guiados por el Espíritu de la Verdad, más podremos discernir lo que en nuestra cultura procede de Dios y lo que es obra del Maligno.

La misión de la unidad

El Espíritu también nos lleva a la unidad que Cristo pidió en la Última Cena, “que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). En su carta a los Efesios, San Pablo habla de la obra de la unidad realizada por Cristo y que se hace presente en nuestras vidas por obra del Espíritu Santo: si bien es Cristo quien “derrib[ó] con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad” (Ef 2,14), es el Espíritu quien nos edifica “con los demás en la construcción para ser morada de Dios” (Ef 2,22).

Esta misión de unidad fluye del lugar que ocupa el Espíritu Santo en la Trinidad. El Espíritu es el vínculo de amor del Padre y del Hijo. Al igual que nos sentimos movidos hacia los que amamos —nuestros cónyuges, hijos, miembros de la familia— por el vínculo del amor, así también el Espíritu Santo une a todos los discípulos en el amor de unos a otros y a Dios.

Vemos esta acción unificadora de manera profunda en Pentecostés. En el cenáculo, el Espíritu desciende sobre los apóstoles en lenguas de fuego. Inspirados por el Espíritu, estos pescadores galileos salieron inmediatamente a predicar el mensaje de la reconciliación en Jerusalén. La ciudad estaba llena de visitantes de todo el mundo conocido en ese momento, pero toda la gente podía entender sus palabras. En cuanto los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, la división de idiomas que se inició en la Torre de Babel quedó sanada. “Así fue como los hombres de todas las lenguas se unieron para entonar un solo cántico de alabanza a Dios, y las tribus dispersas, devueltas a la unidad por el Espíritu, fueron ofrecidas al Padre como primicias de todas las naciones” (San Ireneo, Contra las herejías, Libro 3, 17.2). Alrededor de 3000 creyentes, originalmente divididos por la lengua, se unieron entre sí y con Dios aquel día (Hechos 2,41).

Aunque hoy en día no solemos ver al Espíritu obrar de forma tan maravillosa, sigue dando el don de lenguas para atraer a otros al Padre. Una vez, mientras santo Domingo viajaba entre las nuevas comunidades que estableció, se encontró con un grupo de viajeros alemanes. Santo Domingo era español y no sabía alemán; los viajeros no sabían español. Sin embargo, durante tres días santo Domingo recibió el don de lenguas para poder compartir el mensaje del evangelio con sus compañeros de camino. El Espíritu sigue trabajando para unificarnos y atraernos al Padre.

La división basada en la lengua es real, pero el Espíritu Santo trabaja en nuestros días para sanar la división aún más profunda que crean nuestros pecados. En su primera aparición a los apóstoles después de su resurrección, Jesús “sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos’” (Jn 20,22-23). El Espíritu Santo actúa en nuestras vidas permitiéndonos perdonar, tanto en la confesión como en nuestros corazones.

Hay algunos en nuestra cultura actual que piensan que el perdón es una debilidad o una capitulación ante el mal, que significa dar cabida a las personas y a los puntos de vista con los que no están de acuerdo. Otros se niegan a perdonar a quienes les han herido profundamente. Quiero ser muy claro: la falta de perdón no es el camino del evangelio, ni de un discípulo de Jesús. Es un rechazo al Espíritu Santo, que es enviado “entre nosotros para el perdón de los pecados”, como oímos en las palabras de la absolución en la confesión. El perdón nos sana y nos une, y es una obra que el Espíritu Santo desea hacer más en la actualidad. Desea reparar las heridas dentro y fuera de la Iglesia como parte de su misión de unidad.

Mientras nos preparamos para este Pentecostés, pidamos al Espíritu Santo que actúe a través de nosotros para que podamos ser agentes de perdón, sanación, verdad y unidad en nuestro mundo.