Cuando estaba en la universidad, mi familia tenía una amiga judía procedente de Hungría que había vivido durante la ocupación nazi y había sobrevivido a un campo de concentración. Había perdido a miembros de su familia en los campamentos. Me di cuenta de que no tenía ira ni amargura hacia los alemanes. Le pregunté al respecto y me dijo que en la década de 1950 vivía amargada, enojada y resentida. Dijo que gradualmente se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer para deshacer lo que había sucedido. Me dijo que sintió la necesidad de perdonarlos y desprenderse de ello, y que, desde entonces, recibió una gran libertad y paz. Ese día, ella me enseñó una lección increíblemente valiosa sobre el perdón, una que todavía recuerdo hoy.
Vivimos en una época de gran inestabilidad. A diferencia de Dios, nuestra sociedad se enoja rápidamente, abunda en juicios y parece recordar públicamente cada pecado pasado que fue captado y guardado en las redes sociales. La amargura, la ira, los insultos y el odio abundan en las redes sociales, en los medios de comunicación, en las reuniones del Congreso y en nuestras escuelas. La sociedad, y sí, también la Iglesia, tiene una gran necesidad de perdón.
Este tiempo de Cuaresma, los invito a orar y ofrecer el perdón en tres áreas principales.
En primer lugar, los invito a considerar si hay algo por lo que necesitan perdonar a Dios o a la Iglesia. Para ser claros, Dios es perfecto y no es culpable de ningún mal. Sin embargo, es común que experimentemos un gran dolor al no entender las acciones y los eventos que Dios ha permitido que sucedan. ¿Por qué permitió el Holocausto, el ataque al World Trade Center, el aborto de más de 60 millones de niños por nacer en los Estados Unidos y más atrocidades aparentemente interminables? Muchos de estos males se producen a raíz de la libertad que Dios ha dado a los seres humanos, que eligen el mal sobre el bien. Tendemos a culpar a Dios en lugar de la humanidad por el mal que experimentamos.
También experimentamos dolor por las oraciones que Dios no contesta de la manera deseada, o por los seres queridos que están alejados de nosotros o de Dios y que nunca llegan a conocerlo. Ante estas situaciones, podemos enojarnos con Dios y cerrarnos a la posibilidad de tener una relación con él.
En ambas situaciones no dejamos que Dios sea Dios. Olvidamos que estamos llamados a confiar en su voluntad. Debemos estar seguros de que él sabe y quiere lo que es bueno para nosotros. Si te encuentras en esta posición, te invito a reflexionar sobre tu propio concepto o imagen de Dios. ¿Es tu Dios el Padre amoroso que Jesús revela en el Evangelio o un Dios que quieres controlar?
Demasiadas veces, tanto los fieles como los no creyentes se han visto perjudicados por representantes de la Iglesia. Esto es especialmente trágico porque el clero tiene la responsabilidad de representar fielmente la misericordia, el amor y la compasión de Dios. Cuando un líder de la Iglesia daña a alguien, puede interpretarse y sentirse como si Dios mismo hubiera cometido la ofensa.
Yo sentí el dolor de la traición de los líderes de la Iglesia cuando estalló el escándalo de McCarrick en el 2018. Puede ser fácil demonizar a figuras públicas que han cometido crímenes horribles, pero el llamado a perdonar también se extiende a ellos. He perdonado al excardenal y rezo frecuentemente para que se arrepienta de sus pecados y pida perdón públicamente por el daño que ha causado.
Te invito a que dediques un tiempo de oración a reflexionar sobre tu concepto e imagen de Dios, luego escribe sobre ello en un cuaderno. Si estás listo para salir del dolor que has experimentado, pregúntale al Señor si hay algo por lo que aún lo culpas y busca perdón por eso. Pídele al Señor que revele su amor por ti como el hijo amado que eres. Acude a la imagen del hijo pródigo en el Evangelio. Imagina el cálido abrazo del Padre y su perdón total hacia ti. O bien, para aquellos de ustedes que hayan visto el episodio final de la tercera temporada de Los elegidos (The Chosen), imaginen a Jesús abrazándolos como lo hizo con Pedro en aquella escena conmovedora.
En segundo lugar, los invito a perdonar a sus enemigos. Jesús enseña: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen” (Mt 5,44). En una época en la que nuestra sociedad está tan dividida, no por políticas sino por principios esenciales (como sucedió en Israel durante la época de Oseas), debemos tomar esta enseñanza con seriedad. Nuestra tentación es la de ver a personas que promueven causas pecaminosas y destructivas en la esfera pública y considerarlas enemigos nuestros.
Debemos recordar: “Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos en las regiones celestes” (Ef 6,12). El combate espiritual es real, y tú estás en el campo de batalla, te des cuenta o no.
Nuestro trabajo es amar a cada una de las personas que nos encontremos en el camino sin importar su afiliación política, afiliación ideológica o los delitos (civiles o morales) que hayan cometido. Hablamos con la verdad porque la caridad lo exige. Amar a otros que tienen puntos de vista distintos a los nuestros no implica afirmar o tolerar el comportamiento inmoral, pero sí incluye aceptarlos y tratarlos con dignidad y cortesía.
Como antídoto contra la ira, el odio y el rencor hacia tus enemigos, te invito a que vayas a un lugar tranquilo, a una capilla de adoración o ante un crucifijo en tu habitación, y hagas una lista de tus enemigos, quienesquiera que sean. Pídele al Señor que te revele a quién ves como un enemigo, y pídele que te ayude a perdonar como él perdona, a amar como él ama.
Si están cometiendo pecados, inclúyelos en tu oración durante la Misa. Pídele al Señor que les perdone su pecado y luego imagina a la persona y cúbrela con la preciosa sangre de Jesús que él nos da para nuestra sanación y santificación durante la consagración de la sangre de Cristo. Pídele al Señor que abra sus corazones a su amor para que estén dispuestos a recibir su misericordia y sanación, y se arrepientan.
De la misma manera, examina tu corazón en silencio y pregunta al Señor si hay personas que te han hecho daño y que aún no has perdonado; escribe sus nombres. En tu imaginación, ve con Jesús al encuentro de esa persona y pídele al Señor que te ayude a perdonarla como él perdona y como llama a sus discípulos (es decir, tú) a perdonar.
Finalmente, los invito a considerar si también tienen que perdonarse a sí mismos. Esta es una necesidad que a menudo se pasa por alto, pero es increíblemente común. Si somos honestos, muchos de nosotros hemos cometido grandes ofensas contra Dios y los demás. Al hacerlo, a menudo podemos encontrar que es más fácil perdonar a otros que a nosotros mismos. Con frecuencia lo oigo de personas que han tomado la decisión de abortar a un bebé o que han cometido otro pecado grave. Han experimentado un profundo dolor, se han arrepentido y han buscado el perdón del Señor en el sacramento de la reconciliación, pero continúan sufriendo por su decisión. Incluso los he escuchado decir: “Sé que Dios me ha perdonado, pero yo no puedo perdonarme a mí mismo”.
La vergüenza puede tenernos atados, y el diablo, el acusador, constantemente nos agrede con nuestros propios pecados o nos hace recordarlos. Incluso puede tentarnos con pensamientos como “siempre serás impuro” o “Dios nunca te perdonará” o “nunca serás suficiente” o “eres un error”. ¡Todo eso es mentira! ¡Eres valioso ante los ojos del Padre! Jesús nos dice en el Evangelio que hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos (Lc 15,7-10).
Arrepintámonos de aferrarnos a cualquier culpa, vergüenza o falta de perdón hacia nosotros mismos, porque el Padre, con Jesús, solo desea consolarnos y perdonarnos en la cruz. Después de escuchar las palabras de absolución en la confesión, los animo a sentarse en silencio dentro de la iglesia y simplemente deleitarse contemplando el gozo del Padre. El Padre te mira con abundante alegría en ese momento. ¡Inténtalo y experiméntalo!
Para finalizar, oro para que esta Cuaresma se caracterice por un renovado espíritu de perdón y sanación para ustedes. Seamos lo suficientemente humildes para ofrecerlo a aquellos que nos han ofendido. Experimentemos la libertad y el amor que Jesús desea traernos. Rezo para que de nuestro perdón fluyan nuevos caminos de amistad, sanación y caridad. Rezo también para que nuestro país ya no continúe por el camino de la autodestrucción implacable, sino que recupere la fe en el Dios que es amor y en su misericordia.
Que nuestro Señor los bendiga en esta Cuaresma y que nuestra Señora de los Dolores, que sufrió junto a su Hijo, saque a la luz las áreas de falta de perdón en nuestras vidas, para que la misericordia de Jesucristo se reciba, se comparta y se viva para la gloria del Padre.
Mons. Samuel J. Aquila
Arzobispo de Denver